domingo, 4 de noviembre de 2007

Avalancha de Tacubos


Ricardo Camarena

(La Opinión, 29 de julio de 1997)

Son las 7:30 de la noche del lunes en el club House of Blues, por los rumbos de West Hollywood, y la banda está más al pendiente del foro que un patrullero al freeway. Pero la colcha de viejita que es el telón del lugar permanece inmóvil, como burócrata en ventanilla.

Son las 8:00, las 8:15 y el concierto no inicia. Nerviosos clavadistas y slameros son picados en la cresta por el DJ al ritmo de Solín, con el anuncio de los próximos tres conciertos de Maldita Vecindad.

“Malditos tacubos, ya salgan!” grita al amparo de la penumbra una exasperada joven con cara de haber sido otrora el mejor promedio de su escuela. Pero los conjurados, ni sus luces. Dándose a desear.

Por fin, las 8:22 p.m. y como transformer (diría después Lafit Benítez, PR de BMG) House of Blues despliega las alas-tapancos y una prendidísima No controles sacude la memoria de las tres niñas de Flans, ahora felizmente casadas.

Rubén-Juan-Cosme-Re-Anónimo, Quique y Joselo Rangel, y Emmanuel del Real, se plantan ante la multitud con la serenidad de quien está frente al diario plato de cereal. Y Anónimo estalla en epilepsia rancherona, la que repite en la taconera Ingrata, así como en su solitaria ronda de slam; a salvo, claro, de la espeluznante ronda que se organiza enfrente suyo.

Y comienza el pandemonium para beneplácito de quiroprácticos y ortopedistas. Los cuerpos se asaltan, merodeándose; se atropellan al igual que si estuvieran en el Metro Tacuba, estación del ferrocarril subterráneo de la ciudad de México que da nombre a esta canción de los Tacubos.

Congruentemente, Anónimo también atropella la letra inaudible, con voz desgarrada y perdida en la maleza de su bigote decimonónico y barba puntiaguda.

Emmanuel abandona de momento la guitarra de las primeras piezas y trepa adonde la melódica y el templete de teclados lo esclavizará hasta el final del concierto.

Joselo Rangel saca todos los sonidos y disonancias posibles al contrabajo electrónico, ronco como los alaridos coreados de sus comparsas allá abajo, donde el sudor aceita los cuerpos para las rondas de slam.

Y la avalancha de homenajes prosigue: ahora Sergio Arau y los disueltos Botellos de Jerez son homenajeados con Alármala de tos. Si está o no en el soundtrack del filme Batman and Robin ¿ya a quién le interesa?

Versátiles como político disidente, los Tacubos desgranan lo mismo un tema punkero que un huapango zapateado, globalizados, irrefrenables. Traicionan los géneros, los abandonan a la menor provocación y así Las batallas se codean con Rarotonga sin que nadie se desgarre las vestiduras.

Llega un momento etéreo con María, la colega de generación de la Maldita y bendita Kumbala, y la crecida marea cachonda de jóvenes se mece en suave vaivén.

Algunos necios intrépidos intentan surfear de un clavado este oleaje, y encallan grotescamente en los zapatos tenis de la concurrencia, o se estrellan en los puños macizos de los gorilas de seguridad, vitoreados gladiadores de cada clavadista femenino o masculino avasallado.

Incólumes al sacrificio de huesos crujiendo, los cuatro hijos de Ciudad Satélite prosiguen como payasito su show en fiesta de kindergarden. y como truco, se sacan del bolsillo y la penumbra al músico invitado Alejandro Flores.

Este “Mijares del holocausto” destripa un violín con diabólicos trinos paganinianos country-rockeros, hasta que halla el tono y se arrebata en un huapango-fusión de merengue: Ojalá que llueva café, homenaje al dominicano Juan Luis Guerra, mientras los strobos con su intermitencia aletargan el meneo enloquecido.

El puñal del corazón vuelve “rumberas” a tres de los Tacubos a ritmo de mambo punkero, al corito-meneíto de “ya no puedo más”.

Apoteósicos, los chapulines en comal caliente en que se han convertido los muchachos frente al escenario rebotan hasta con su sombra.

Las incursiones al foro no prosperan sino hasta que un anónimo prospecto de pirata (con calavera en la espalda y toda la cosa) burla a los macizos guardianes y bailotea al lado del otro Anónimo; es decir, el famoso vocalista, hasta que el intruso es echado del escenario. En buen español, “pintó su calavera”.

Y por fin, después de decidir arduamente entre una melodía de Los Bukis y otra de Los Temerarios, Anónimo entona el himno nacional tacubano, con letra cortesía de Juan Jaime López Camacho: Chilanga banda, chasqueando chévere con los chavos su chistoso trabalenguas.

La tocada prosigue en la desmesura de la letra estereotípica de La chica banda, de Ricky Luis; la historia lírica de la “joven de pelos parados como un penacho, de piel morena, chichimeca” que, según la letra acomodaticia y depende del lugar, “es enamorada durante un concierto (esta vez) de Pastilla”.

Mientras, abajo del proscenio, el furor es sello común en la concurrencia. En su vigésimo intento, un clavadista de saco cebrado ve cebado su intento y maromas por ser lanzado al foro.

A las 9:45 huyen los Tacubos por primera vez. La banda pide justicia. Regresan todos, excepto Anónimo, y el trío, con Emmanuel, que retoma la guitarra eléctrica, acribilla yunques y martillos hasta sangrarlos de cerilla con por lo menos tres minutos de una metralla de sonido punkero.

Después del recuento de los daños, Anónimo vuelve a integrarse para hacer corear a “macizos” y “fresas”, “pesados” y “lights” los estribillos francamente cursis de Cómo te extraño, mi amor “¿por qué será? Me falta todo en la vida si no estás. Cómo te extraño, mi amor ¿qué puedo hacer? Te extraño tanto, que voy a enloquecer...”.

“Ay, amooor, diviiinooo...”, responde plañidera la banda a esta versión de la clásica popera de Leo Dan.

Cierra la tocada la pieza con la que Café Tacuba participa en el compilado Juntos por Chiapas, mientras, encaramado en el también clásico gigantón de las tocadas, un joven porta la camiseta negra con la leyenda “Zapata. Chiapas. La Causa”.

Y a las 10:00 p.m. todo es historia. Ya sólo se ve en las escaleras exteriores de la casona a un Sergio Arau y señora colándose al after party de esta segunda y última presentación de Café Tacuba.

Y los cuelan.

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