lunes, 7 de abril de 2008

El vértigo de La Ley



RICARDO CAMARENA

(La Opinión, 21 de abril de 1998)

“Lo bueno es que con este grupo no se echa slam”, decía optimista un fan esteangelino a su pareja, boleto en mano y en la hilera de cateo para entrar a House of Blues la noche del jueves pasado.

Se equivocó, aunque adentro, el lapso de espera del concierto tenía la serenidad de un coctel de inauguración de un pintor novato.

En uno de los mejores conciertos en lo que va del año, el cuarteto chileno de rock La Ley colmó el recinto del boulevard Sunset con los más violentos slameros, a pesar de los pronósticos de que concurriría un público más bien ‘fresa’; o sea, de gustos más cercanos a Maná que a Marylin Manson.

El concierto arrancó con un potente despliegue de luces y sonido, cámara de humo y un receptáculo plástico en forma oval, de donde emergió Cuevas, coronado al igual que el resto del grupo con un casco de luces sacado de la utilería de ciencia ficción.

El despegue enardeció a una multitud caldeada previamente por una pelea a puñetazo limpio entre dos jovencitas, que no pasó a mayores. El toque latino lo pusieron jóvenes compatriotas del grupo, que izaron pequeñas banderas de Chile, esquivando los proyectiles humanos que detrás de ellos se lanzaban inmisericordes.

Iluminado por los destellos de una espléndida, hermosa batería platinada, como aureola, con todos los herrajes y tambores necesarios para imprimirle la potencia necesaria a las vocalizaciones de Alberto Cuevas, Mauricio Clavería lo mismo destrozaba las baquetas en un toque que cimbraba el lugar, que caía a un beat baladero que erizaba el punto de vista de más de un crítico de rock como Octavio Hernández, cerveza en mano.

Pero allí mismo cientos de gargantas aunaban sus alaridos al canto de Cuevas para entonar tanto los temas de Invisible, como los del nuevo álbum. “Bienvenidos al vértigo’’, dijo el cantante moviendo sinuosamente sus brazos enguantados.

La precisión del bajo de Luciano Cuevas y su galanura rindieron a las jóvenes, que lo exigían a gritos como quien pide justicia. Bajo su instrumento desfilaron temas como Animal y la palmeada al estilo flamenco de El duelo, con sus letras bizarras.

Una de las piezas que logró la hilaridad de la multitud fue una excelente interpretación de Vi. Mientras que por otro lado, una de las cosas que logró la molestia de los fotógrafos que hacían su labor de cobertura fue ver que un individuo, que se ostentaba como manejador del grupo, entorpecía su labor fotográfica, a pesar de que los aficionados en la pista sacaban de sus ropas cualquier cámara con flash y tomaban los ángulos favoritos de su grupo consentido.

Con su mezcla de música industrial, siempre apoyada por programadores de sonidos que le daban un aire techno a los ritmos y el toque rockero de la guitarra eléctrica de un inexpresivo Pedro Frugone, La Ley se adueñó de las voluntades con la Fotofobia y la poética Santa Ciudad, dándole su lugar al funk y al jungle en estas y otras canciones.

Sin embargo, asuntos ajenos al concierto empañaron con una violencia innecesaria la estancia de algunos de los jóvenes al frente del foro, en la pista y en la barra del extremo derecho del escenario.

En particular, un fornido joven de cabellera larga y camiseta blanca, que arremetía a empujones malintencionados a cuanto hombre o mujer se le cruzara, en franca provocación, y causando el malestar entre los muchachos que lo circundaban.

Al frente del escenario, uno de los fornidos guardias de seguridad afroamericanos arrostraba a los muchachos que se lanzaban sobre la multitud, y a puñetazos y empellones los azotaba, con rudeza inusual. El resultado fue la dolorosa salida de uno de los más insistentes ‘clavadistas’ de cabello largo en brazos de otro guardia, algo más conmiserado, del recinto.

En el mismo ángulo del club hubo riñas y desalojados por conatos de pelea, aunque los guardias de seguridad del lugar se encargaron de apaciguar los ánimos a su modo: con la brusquedad acostumbrada, mientras, irónicamente, Cuevas y el resto de la multitud cantaban el estribillo No sufras más, de Guerrillero.

Arriba, el concierto se desarrollaba con perfección técnica, con derroche de luces y potencia de sonido, aunque se malograron algunos comentarios inaudibles de Cueva entre canción y canción.

La gente conocía a la perfección las letras y se encargó de darles claridad, coreándolas y saltando con energía. Sed, Solitaryman y Opacidad dieron un momento culminante al concierto, que también tuvo su breve intervalo acústico con un par de melodías, una de ellas Ciclos.

Y el remolino de ritmos y poesía volvió, entre otros, con un tema de hip hop al que fue invitado Archie Frugone, hermano del guitarrista, para echar el ‘palomazo’ en el bajo eléctrico.

En la parte final, La Ley interpretó Krazyworld, un tema en francés, y volvió a un ‘bis’ que alargó hasta cerca de las 11 de la noche el primero de los dos conciertos que brindaron a un público angelino, que hacía más de dos años que no los oía, desde el Wateke 96 en San Bernardino y en el Anfiteatro Universal.

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